Estabas de pie, justo enfrente de la ventana. Querías recordar algo, pero no sabías qué era. Te llenaba de tristeza, de odio. Querias llorar, querías gritar. Subiste al umbral y miraste hacia abajo. Los veinte pisos te llenaron de vértigo. Y saltaste. Caíste, sentías el viento sobre tu cara. Casi llegas al piso.
Despiertas. Sientes el sudor frío en tu cara. Vuelves a pensar en lo que quieres hacer. Te llena de angustia el no poder lograrlo; la impotencia te llena y te consume. Por fin te levantas y te diriges al baño. Ves de nuevo ese rostro. Un rostro joven, pero desgastado por una vida inútil. Recuerdas la última vez que lo viste. Estaba sonriéndote con esos labios delgados y esos dientes amarillos. Te da náusea.
Sigues tu día como todos los demás. Ya habías sentido eso; la sensación de que tu vida es horriblemente monótona. Estás en tu oficina, sentado ante el escritorio. Lo vuelves a pensar. De nuevo la angustia oprime tu pecho y comienzas a marearte. Quieres ir al baño. Te levantas, llegas y esa cara sudada, desgastada, te vuelve a ver. Sus ojos están abiertos. Te mira ese iris oscuro, rodeado de venillas rojas. El asco, la náusea, el odio. Corres hacia la ventana. Llegas al umbral y te lanzas al vacío. Cinco, diez, quince pisos. Cierras los ojos. Esta vez no despiertas.
------------------
Cuento presentado para la segunda evaluación de la materia "Filosofía y literatura".